Cual rito iniciático, el “encendido de velas” supone la entrada de nuestra hermandad en la Semana de Pasión. Es uno de los actos de culto externo que se desarrolla en la medianoche del Lunes al Martes Santo en un acto sencillo, íntimo, de puro recogimiento, encargado de preparar el cuerpo y el espíritu de nuestros hermanos a escasas horas del inicio de la Estación de Penitencia.
Este acto surge en 1993, cuando un pequeño grupo de hermanos traslada la idea a la Junta de Gobierno. Con el paso de los años, se convierte en uno de los actos más representativos y particulares de la Hermandad tanto para nuestros hermanos como fieles. Todos los colectivos están presentes, dando así la bienvenida al día grande de la Hermandad ante nuestros Sagrados Titulares, ya entronizados sobre sus Pasos procesionales.
Hacia las doce de la noche, un grupo de hermanos, en la más absoluta intimidad, se encaraman sobre la plataforma de los pasos e inician el “Encendido de las Velas”, cirios que iluminarán a Jesús y a su Madre por el doloroso camino del Calvario.
Los hermanos y fieles congregados, en la oscuridad de la noche, frente a las puertas de la Casa de Hermandad esperan con impaciencia el nacimiento del nuevo día.
En el mismo instante que Calendura descarga, por primera vez, su pesado martillo sobre la campana de la torre del ayuntamiento, desde el interior de la sede emerge un sonido solemne de tambores, de inmediato cesan los murmullos de los congregados, el silencio lo invade todo. ¡Silencio absoluto! Los martillos de los pasos, al unísono, golpean los yunques. Las puertas lentamente se abren y un tenue aroma a incienso y cera se escapa por la abertura. El resplandor de las llamas deslumbra la mirada. Una voz grave inicia el Padre Nuestro y un coro de voces, embargadas por la emoción del momento, entonan la plegaria. ¡Ya es Martes Santo!
La luz de los cirios flameantes, que titilan titubeantes ante el Stmo. Cristo de la Caída y María Santísima del Rosario, su Madre, pregonan en silencio que algo arde en cada uno de los corazones de nuestros cofrades: la fe y la alegría de los que están convencidos que tanto Cristo como María están presentes.