Conviene detenerse de nuevo en la admiración del prodigio que supone la exquisita articulación del espacio sagrado mediante seis capillas laterales que custodian la nave central y que sigue una misma tipología: planta central, que alude al sentido funerario y simbólico de las mismas, y cubiertas por cúpulas que vienen a prefigurar a la misma bóveda celeste.
Todas ellas están recubiertas de delicada ornamentación, lienzos en algunos casos y en otros altorrelieves, aunque es rasgo común la decoración de pintura lineal en tono azul, incorporando algún ocre, que destaca con mucho por encima del blanco puro de los muros.
La decoración pictórica de la Capilla de la Virgen del Rosario fueron terminadas en 1746, pues así lo indica la inscripción que se dispuso en el intradós del arco: ”Se hizo a devoción del señor Diego Llofriu, síndico de este convento, año 1746”. Estilista y cronológicamente se enmarcan en la última etapa de la ornamentación del templo y se ven representados en las paredes diversos pasajes de la vida de dos santos; San Francisco y San Diego, aunque sin duda lo más llamativo de esta estancia es el elegante cortinaje que cubre el muro norte y que otrora debía estar semioculto por un dosel en cuyo interior se ubicaría esa talla tan enigmática de un Cristo crucificado que puede ser identificado con el Cristo de la Sangre que en otros tiempos existía en la ciudad.
Este cortinaje, que sigue los postulados de este tipo de ornatos dieciochescos, cubre la práctica totalidad de la pared y cuenta con la presencia de dos ángeles mancebos que sostienen la colgadura. Las pechinas de la cúpula se aprovechan para colocar motivos de rocallas barrocas de igual forma abstractas junto con otras mas figurativas, caso de jarrones, vegetales, las Virtudes en el interior de la media naranja o el Ave Fénix, una alegoría eucarística.
La iglesia de San José y su patrimonio
Alejandro Cañestro Donoso